Filosofía dentro - Kim Pérez

La Lógica estructura toda la Materia, la atrae hacia sus formas puras como su Ley, está por encima de la voluntad humana, que tiene que doblegarse ante ella, es eterna, no es material, es invisible, pero existe con la evidencia del mismo pensamiento racional que la cuestione, en el único argumento ontológico irrefutable; por tanto, la Lógica es Dios, Sentido de toda realidad.

lunes, 9 de abril de 2007

Dentro de mí


(Texto refundido)




DENTRO DE MÍ


La experiencia humana más fundamental es la de un yo o espacio interior. Se trata de la intuición directa de una realidad, no de un concepto racional, y por tanto el análisis filosófico de lo que soy yo puede hacerse sólo fenoménicamente.

La siguiente experiencia, igualmente intuitiva, pero fundada en este caso en dos intuiciones, es la de que yo soy yo, que también se puede formular como que yo estoy aquí, cuando durante milenios no he estado y durante milenios no estaré.

Al analizar esta frase, se puede ver que en ella hay una constatación basada en la intuición del espacio interior y en la del espacio exterior (yo estoy aquí) y una deducción de otros supuestos (ni he estado ni estaré)

Sería suficiente con que esta constatación de una realidad interior se hubiera repetido y se repita continuamente, diciéndome que yo soy yo, independientemente de cualquier determinación exterior, para que la segunda parte cambiase.

Pero la primera aún conservaría una especificidad: me hace diferente de todo lo demás y todos lo demás. No sólo yo soy yo, sino que sólo yo soy yo.

Una realidad aparentemente tan pequeña y efímera, se contrapone al resto de la realidad, incluyendo en ese resto a las más grandes o más altas. Extraña simetría.

Y si sólo yo, que escribo, soy yo, cualquiera que me lea y piense en la palabra yo, también podrá decir que yo soy yo. Pero la palabra yo tiene significados esencialmente distintos cuando se refiere a mí o a otra persona que diga lo mismo de sí misma.

Todas estas intuiciones singulares plantean la extrañeza y la pregunta por su sentido. Especialmente golpea a la inteligencia la constatación de la desmesurada diferencia entre el espacio interior y el exterior.

Pero si interioridad y exterioridad no estuvieran contrapuestas, sino estructuradas, empieza a vislumbrarse la lógica de su relación, como dos aspectos complementarios de la misma realidad. Sólo que sigue intrigando la pequeñez de la conciencia humana, forma de la interioridad, frente a la inmensidad y pluralidad casi infinita de la exterioridad.

La paradoja se resolvería si la conciencia fuera sólo una parte ínfima de la Interioridad, que estaría formada también por dimensiones que la sobrepasarían de tal modo que tienen que serle inconscientes, por no poder soportarlas.

Este razonamiento se acerca así a la noción de Dios, quien ya se sabe que es inaccesible como exterioridad. Lo que llamamos Dios no es objeto, no es objetivo, no es observable.

Pero la falta radical de certeza objetiva de Dios, va acompañada por la constatación de tantos hechos que escapan a la decisión humana, como nuestra presencia en un universo regido por las leyes de la lógica, o nuestra llegada a él, o nuestra salida de él, o las infinitas formas de horror que nos pueden amenazar.

Frente a esa impotencia de nuestra limitada conciencia, que también requiere un sentido, se alza la posibilidad de que Dios esté en nuestra interioridad, sea una forma inconsciente para nuestra conciencia oculta en nuestro espacio interior.

De hecho, una de las paradojas que acompañan al espacio interior es que, por definición, no es observable objetivamente, pese a que es la realidad más presente para cada ser humano. Es el único espacio real no observable objetivamente. Disponemos de telescopios para ver el espacio exterior macroscópico y microscopio para adentrarnos en el espacio exterior en su extrema pequeñez, pero no tenemos ni podemos tener instrumentos para ver diractamente el espacio interior (sólo, indirectamente, sus acompañamientos exteriores)

En lo más profundo de cada yo puede estar Dios, realidad sólo perceptible subjetivamente.


HORROR EN EL INTERIOR


El espacio interior no se descubre como un razonamiento, sino como una experiencia, que tiene incluso su lado terrible, que se puede aducir como testimonio de la clase de realidad que le corresponde.

La conciencia de sí se puede describir como la de que yo estoy aquí y ahora ( y conviene ver estas líneas mientras las escribo o mientras la leo, para percibir mejor el yo y el aguí y ahora a los que me refiero), pero también puede ser la de que tengo que estar aquí y ahora e incluso la de que estoy encerrada en este aquí y ahora y no puedo escapar aunque quisiera, porque eso es estar encerrada en mí o dentro de mí.

La experiencia se detalla con la extrema soledad en la que puedo verme dentro de mí, donde nadie tiene acceso ni nadie puede entrar a ayudarme o acompañarme en mi interior o constantemente. Puedo oir voces amigas, pero no pueden estar siempre junto a mí.

Las experiencias interiores, como la deprivación sensorial o el aturdimiento cognitivo pero angustioso las tengo que pasar a solas. La condición humana es fundamentalmente solitaria, aunque la compañía funciona en planos más superficiales.

La soledad interior puede ser tan ceméntea, que plantee la necesidad apremiante de que en ese espacio de dentro se abra una fisura que permita alguna liberación -que no sea la muerte, el deshacimiento de la prisión- o alguna intromisión que acompañe o libere al sujeto, las condiciones de transcendencia en que esta presencia podría materializarse.

La experiencia de encierro en la subjetividad puede empezar por una forma previa: la de encierro en el cuerpo, común en circunstancias de disforia de género, fealdad o deformidad, tetraplejia, dolor crónico... En todas ellas sin embargo la subjetividad puede funcionar libremente y hasta liberarse de tal encierro mediante el distanciamiento lúcido. Sin embargo, también la subjetividad puede estar velada y manifestarse sólo mediante una confusa angustia de la que no es posible escapar, como se siente en las pesadillas: entonces estamos encerrados objetivamente en la misma subjetividad, en el hecho de que yo esté aquí y ahora, en tal horror, y ninguna lucidez, porque es lo que nos falta, puede liberarnos de ella.

ESTATUTO DE LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE LA REALIDAD INTERIOR


Si los conceptos se forman por abstracción de los factores comunes de distintas realidades, la intuición ve cada realidad como única y entera.

Entre los conceptos luego se ven relaciones que dan lugar al razonamiento, o relacionamiento, y forman un conocimiento gradual y enteramente comunicable, mientras que las intuiciones resultan repentinas (se dan o no se dan), incomunicables de por sí (se ven o no se ven) y no se pueden relacionar unas con otras.

La percepción de sí o del espacio interior es una intuición porque se ve del todo e instantáneamente o no se ve. En la niñez causa a veces pasmo descubrir yo, aquí y ahora, y puede no descubrirse.

Pero si es una intuición, el conocimiento de sí es verdadero conocimiento y verdadera conciencia, como lo son los que se establecen ante una obra de arte, pero no puede entrar tal cual en ningún razonamiento, porque no es conceptual, ni relacional, ni más ni menos que no se puede razonar el conocimiento que produce la música o el amor.

¿Es posible entonces una filosofía que parta de la experiencia de sí o paradójicamente, esta experiencia fundacional humana que es la conciencia de sí no podría ser filosofada porque no podría ser razonada?

Será posible entendiendo la filosofía como un razonamiento sobre la parte razonable o relacionable de la realidad, lo que de acuerdo con lo que digo al principio, significa asumir que los relacionamientos sólo se pueden dar sobre los elementos comunes que hayan sido conceptuados en las distintas realidades, en las que por tanto queda un residuo que no puede ser conceptuado ni relacionado, pero sí intuido en su unicidad.

La filosofía ha renunciado de buen grado a querer ser un saber totalizador y se entiende como un saber racional, que pone orden, estudia críticamente y descubre partes de la realidad, a la vez que es consciente de ´los límites inherentes a la misma abstracción, conceptuación y relacionización y que daría pleno paso y reconocimiento al saber intuitivo, estético y amoroso, presidido por la noción de sí mismo.

Por tanto, la filosofía puede estudiar las realidades conceptuables que se van descubriendo a partir de la intuición de sí, aunque no pueda estudiar esta misma.

Puede considerar los elementos estructurales que aparecen en una intuición en la que. al verse uno mismo como sujeto, ve el resto de la realidad, incluso la propia corporalidad, como objeto, sorprendente y externo y hasta ajeno, y maravillarse de la desproporción entre estos dos elementos, estructuralmente equivalentes, la conciencia de mí como sujeto y toda la realidad restante como objeto.

O puede considerar las condiciones en que, objetivamente, esta conciencia de sí aparece o desaparece o incluso, según testimonios místicos, se transparece o transparenta.


PENSANDO DESDE EL SUJETO


Al pensar en una filosofía del sujeto, me encuentro con que el sujeto es la matriz de la filosofía, que nace en él, y por tanto una filosofía del sujeto sería a fin de cuentas una filosofía de la filosofía.

No es una redundancia. La conciencia consiste en que el sujeto se ve como objeto. Esto es lo mismo que decir que la actividad del sujeto que se llama filosofía puede ser vista como objeto y entonces es filosofía de la filosofía.

Contando con su base subjetiva, la filosofía se puede definir como la forma en que un espacio interior o cognoscente adquiere y procesa racionalmente datos de la realidad exterior a ese espacio o cognoscible. Ésta es su forma más simple, aplicable incipientemente incluso a la actividad de sujetos animales cuya mente o interior va adquiriendo y procesando con razonamientos simples los datos de la realidad exterior, como va verificando la Etología.

La diferencia entre la actividad de estos sujetos animales y la de las distintas especies humanas que han existido, es que éstas incluyen entre los datos el de sí como objeto del conocimiento y también el del proceso mismo de su conocimiento.

Por tanto, cuando los sujetos humanos nos vemos como sujetos en acto de pensar racionalmente, estamos empezando una filosofía de la filosofía, que es una forma local del hecho de verse a sí mismo adquiriendo conocimiento (la forma que se fija en los procesos racionales)

La realidad se ve entonces como lo que los sujetos del conocimiento, animales o humanos, van convirtiendo en objeto del conocimiento, que en forma de datos se va procurando, procesando y memorizando.

Los sujetos somos una parte de la realidad que tiene la función de objetivarlo todo, incluso a nosotros mismos. Donde hay una función sujeto de la realidad hay potencialmente la conversión en función objeto de toda la realidad.

Pero hay por lo menos un hecho que el sujeto no puede conocer: ver a los otros sujetos como sujetos, porque sólo puede pensar en ellos como objetos.

La imposibilidad empírica de los sujetos de llegar al conocimiento de toda la realidad, hace preguntarse si sería posible teóricamente que un sujeto conozca a otro sujeto como sujeto y la respuesta sería afirmativa, a condición de que el sujeto cognoscente estuviera dentro de la propia subjetividad cognoscida, en un plano más profundo que el de la conciencia habitual. Sería posible si hubiera en nuestro espacio interior dos planos de subjetividad, uno más inmediato y otro más remoto y quizás más vasto.


PROPIEDADES DE LAS FUNCIONES DE SUJETO Y OBJETO


Cuando se habla de las funciones de sujeto y objeto, es útil ver que las propiedades de una y otra son muy distintas.

Las enumeraré.

El sujeto es sólo accesible a la intuición; se le ve o no se le ve existir, no se razona su existencia; los objetos son unos accesibles a la intuición y otros a la razón.

El sujeto es la única realidad que se ve desde dentro, subjetivamente; todas las demás realidades, los objetos, se ven desde fuera, objetivamente.

Por tanto, la estructura sujeto-objeto divide la realidad entre sí mismo y todo lo demás, por desproporcionado que esto parezca.

El sujeto no es accesible a la observación objetiva desde el exterior; ningún sujeto puede ver directamente los pensamientos de otro sujeto, sólo indirectamente; los objetos son accesibles a la observación objetiva directa.

El sujeto tampoco puede hacer observar íntegramente sus contenidos, sólo parcialmente; está sumido entre barreras de incomunicación que lo diferencian y lo aislan de las realidades que le son objetuales.

ESTRUCTURA SUJETO-OBJETO E INFINITO

Todo conocimiento se da dentro de una estructura sujeto-objeto. La conciencia se produce cuando esa estructura se vuelve especular y el sujeto se ve a sí mismo como objeto-sujeto, puesto que la imagen objeto consiste justamente en verse como sujeto.

Me pregunto si las imágenes de tal estructura pueden ser matemáticamente infinitas, como las de dos espejos puestos frente a frente, aunque su número de hecho esté limitado por la capacidad neuronal.

Con esta especulación, se abriría la estructura sujeto-objeto al infinito, aunque sólo fuera a una forma de infinito, la del número de las imágenes especulares del sujeto, o de objetos-sujeto.

Sin embargo, ni el sujeto ha sido descrito como infinito, ni el objeto del conocimiento; sólo resultaría infinito el número de objetos-sujeto.

Otra sería la hipótesis de un sujeto infinito o de un objeto infinito, entendiendo aquí lo infinito como ausencia de todo límite. Entonces, la misma estructura no sería posible, al estar fundada en el límite de la distinción entre sujeto y objeto. Hablo por tanto de un conocimiento estructuralmente limitado.

La cuestión sobre el infinito entonces deja de ser cuestión de conocimiento y se convierte en ésta: ¿puede un ser estructurado abandonar su estructura y entrar en lo infinito? No abandonaré esta pista, pues he olido el infinito.

(Sería preciso que el sujeto dejara de existir como tal sujeto para que trasparentase el infinito y que el conocimiento se transformara en otra realidad. Empíricamente, parece verse esto mismo en los místicos, cuando dicen: "Entréme donde no supe/y quedéme no sabiendo/ toda ciencia trascendiendo". Todo sigue ocurriendo dentro de su cabeza, por lo que parecen seguir siendo sujetos, pero quizá en esos momentos ya no sean sujetos, entendiendo esta palabra dentro de la estructura sujeto-objeto que quizá deje de existir)



PRIMACÍAS

Cuando se piensa en la estructura sujeto-objeto tendemos a darle prioridad al objeto, como efecto de la ciencia objetivista, que afirma la prioridad temporal de lo físico antes de que existiera ningún sujeto para conocerlo (pero hablar de objeto sin sujeto es situarse fuera de la estructura semántica sujeto-objeto)

Esta noción, por sus implicaciones de que si no he existido antes, puedo no existir después, es dolorosa para el sujeto, que afirma en cambio su prioridad vital frente a todo objeto. Ahora bien, puede hipotetizarse que no sea el objeto el que sostenga al sujeto, sino el sujeto el que sostenga al objeto, un sujeto transcendente que tendría que exceder de mi subjetividad particular, para estar formando una estructura de conocimiento cuando aún no existieran las subjetividades particulares.

Lo notable es que, dada la imposibilidad de llegar objetivamente al conocimiento del sujeto, este sujeto transcendental sólo podría ser conocido subjetivamente, desde dentro de sí mismo, como experiencia intuitiva, dentro de mí en rigor, puesto que también sostendría mi subjetividad, aunque no tenga actualmente conciencia de ello.

Pero esta conciencia podría emerger, y en ella hallaría la comprobación empírica de esta hipótesis. Un sujeto que sostuviera toda la realidad como objeto no sería sin embargo infinito puesto que estaría limitado por la propia escisión o divisoria entre sujeto y objeto.

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