Filosofía dentro - Kim Pérez

La Lógica estructura toda la Materia, la atrae hacia sus formas puras como su Ley, está por encima de la voluntad humana, que tiene que doblegarse ante ella, es eterna, no es material, es invisible, pero existe con la evidencia del mismo pensamiento racional que la cuestione, en el único argumento ontológico irrefutable; por tanto, la Lógica es Dios, Sentido de toda realidad.

sábado, 28 de abril de 2007

Mi iusnaturalismo




No tengo ninguna duda de que yo tengo que cumplir el Bien y librarme del Mal.

Sé que los humanos hacemos de manera espontánea una distinción entre el Bien y el Mal.

Este Bien y este Mal no los he decidido como sujeto, sino que me los encuentro al vivir, porque son las condiciones de mi subjetividad, de mi naturaleza.

Por tanto, si no los he definido yo y si encuentro que me obligan, bien pueden llamarse Ley. Dudaré todavía si vienen de fuera porque son las convenciones variables de la sociedad a la que me incorporo, y sé que existen ciertamente convenciones variables, por ejemplo en las fórmulas de la cortesía. Pero voy a exponer enseguida hechos que se convierten en normativos y que no dependen de la vida social, sino que son independientes de sus circunstancias, y por tanto esta Ley puede llamarse Ley Natural.

Sé también que lo difícil es definir en términos racionales y universales esta Ley que intuitivamente sabemos que debe aplicarse en cada situación determinada, aunque muchas veces no sepamos exactamente dónde está lo bueno y lo malo que sin embargo queremos distinguir y porqué se llama a uno Bien y al otro Mal.

Yo diría espontáneamente, pongo por caso, que el Bien es tener junto a mí una persona a quien desee y el Mal no tenerla. Y el Bien, comer y el Mal, pasar hambre. Y así sucesivamente.

En graves palabras, el Bien es ver atendidas mis necesidades y el Mal verlas en falta y hasta sufrir ataques contra ellas. Esas necesidades no las he inventado yo, en efecto, he nacido con ellas, son mi condición, mi naturaleza, mi hambre, mi ley.

No sólo tengo necesidades físicas, el deseo, el hambre, la sed, también tengo necesidades afectivas e intelectuales, y la primera de éstas, el Bien, es saber la Verdad, y el Mal, sufrir el error o la mentira.
Mi Bien es sobre todo que mi inteligencia esté clara y mi Mal que esté confusa, porque lo que tengo de específico como humano es la consciencia. Lo que clarifica la consciencia es bueno, lo que la oscurece es malo. Ya voy entrando entonces en una moral que divide los hechos en buenos o malos según sirvan a mis necesidades animales o humanas o las contradigan.

También se incluyen aquí las necesidades que no me sirven a mí, sino a algo que está más allá de mí, para lo que soy sólo una puerta de paso, como el amor de entrega, por ejemplo el de un padre por sus hijos.

Finalmente, por la experiencia de las propias necesidades llegamos a la experiencia de la necesidad de infinito o de perfección infinita que causa nuestra permanente experiencia de frustración y que es la culminación de las necesidades de nuestra consciencia.

Todas ellas necesidades del sujeto, en las que éste se reconoce en su avidez y su sufrimiento.

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