La flor de la subjetividad
Ver la subjetividad es intuirla, percibirla como una evidencia arrolladora, que hace experimentar el realísimo espacio interior.
Al verla, se validan otras intuiciones, justamente como subjetivas y personales: el ansia de Perfección que nos asalta en el placer,y el deseo de Eternidad correlativo, la percepción del Infinito que se despierta ante el cielo estrellado (Kant) o el mar; o el Absoluto, que lo reúne todo.
Y llega también, por deducción esta vez, el respeto a todos los humanos por ser iguales en esto que yo, capaces de las mismas grandezas. Templos del Espíritu Santo, decían los teólogos.
Una Ética y una Política se deducen de estas percepciones y estos razonamientos.
El hecho de la subjetividad y la experiencia del espacio interior, del ansia del Absoluto, son realidades objetivas aunque no sean reconocidas, perdiéndose en la complejidad de nuestros razonamientos, encontrándolas el ser humano que las ha sentido como intuiciones antes de que su cultura racional les diese nombres, y nos unen en un fin común porque nadie puede negar que la búsqueda de la Perfección sea el fin de la historia humana.
Y a la vez este fin común se busca desde cada uno de los seres que lo intuyen, por iniciativa propia fundada en su propia subjetividad, debiendo respetarse a todos como a sí mismo.
La unidad del propósito, puesto más allá de toda determinación, va unida al respeto a la multiplicidad de los espacios personales. Estos sencillos principios, unidad del fin y respeto a las subjetividades fundamentan por sí solos la Ética y la Política.
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