Filosofía dentro - Kim Pérez

La Lógica estructura toda la Materia, la atrae hacia sus formas puras como su Ley, está por encima de la voluntad humana, que tiene que doblegarse ante ella, es eterna, no es material, es invisible, pero existe con la evidencia del mismo pensamiento racional que la cuestione, en el único argumento ontológico irrefutable; por tanto, la Lógica es Dios, Sentido de toda realidad.

viernes, 4 de enero de 2008

La razón de Berkeley


Publicado previamente en
http://filosofiadelamor.blogspot.com



Berkeley tenía razón. Todo lo que sé, lo sé a través de mi mente, por lo que es imposible asegurar racionalmente que hay algo fuera de ella. Quienes hayan visto “Matrix” saben de lo que estoy hablando.

En este punto, hay que señalar lógicamente dos posibilidades: o hay una realidad exterior –pero que no se puede conocer en sí, sino por medio del filtro de la mente (Kant) o no existe tal realidad exterior.

Según la primera hipótesis, que es la más fácil de imaginar por ser la más afín a nuestra tradición cultural, aunque la mente subjetiva no puede salir de sí misma, puede hacer un acto de fe en la ex – istencia (exterior) de realidades ob – jetivas (puestas enfrente), de cuyo contacto nacen los estímulos que activan nuestra mente. Vida, contactos, amor, odio, serían los esfuerzos de nuestra mente para superar su aislamiento frente a las realidades externas, que se acercarían a nosotros de mil maneras pero sin que supiéramos por qué, y por qué nos llegan determinados condicionamientos materiales y no otros.

Éstos son los puntos flacos de esta hipótesis, que no ofrece argumentos para entender por qué existiría una subjetividad y una objetividad incomunicables entre sí, aunque unidas por una mutua necesidad angustiosa por quedar irremediablemente frustrada, y por qué se establecen unos contactos y no otros entre cada subjetividad y lo que le es objetividad. Constata hechos pero no los explica y menos esta dualidad irreconciliable, este encierro de cada cual en sí mismo.

Según la segunda hipótesis, hay que deducir que todo lo que percibo nace y llega desde el interior de la propia mente. Sería única, aunque aparentemente dividida en millones de mentes parciales y sus dimensiones serían cósmicas, separadas, eso sí, entre lo que sé o consciente, y lo que no sé pero puedo saber o inconsciente.

Desde éste arrancarían continuamente imaginaciones, unidas entre sí lógicamente, que irían formando un mundo. Unas serían sobrecogedoras, otras conmovedoras, pero de todas habría que distanciarse emotivamente. Sigo aquí las recomendaciones que hace al alma desencarnada el “Libro Tibetano de los Muertos”.

Esta segunda concepción tiene ventajas para una persona que está envejeciendo y alejándose de las posibilidades de la vida, como soy yo, y también se está quedando progresivamente aislada. En vez de sumirme en la angustia, me permite una visión solipsista ancha, tranquila y no exenta de curiosidad por lo que pueda ir apareciendo, pero relativamente a salvo del dolor por el distanciamiento, y en espera de lo que está más allá del dolor y del gozo, de lo que entre nosotros se llama gloria: la ruptura de todas las determinaciones.

Pero afortunadamente creo que hay una alternativa, una concepción más coherente. La visión precedente parte de mi subjetividad particular o consciencia como centro de la Subjetividad Absoluta, pero es bastante improbable que lo sea; al renunciar a esta pretensión, aparece otro centro, todavía inconsciente para mí, al que llamo el Novelista, y que es el que le da lógica al Argumento de cuanto se va produciendo y el único que lo conoce en su integridad: de él dimanan las distintas subjetividades particulares, dotadas a su vez de entidad sustancial o persistente y de libertad subjetiva que va dando forma y reformando continuamente el Argumento, único autor que puede formar personajes así; yo por tanto seré uno de los personajes del Novelista y en mis amores por otros personajes se transparentará la nostalgia por la única mente que nos fundamenta a todos.

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