Filosofía dentro - Kim Pérez

La Lógica estructura toda la Materia, la atrae hacia sus formas puras como su Ley, está por encima de la voluntad humana, que tiene que doblegarse ante ella, es eterna, no es material, es invisible, pero existe con la evidencia del mismo pensamiento racional que la cuestione, en el único argumento ontológico irrefutable; por tanto, la Lógica es Dios, Sentido de toda realidad.

domingo, 29 de abril de 2007

Sujeto y objeto de la Historia





El hombre es un hambre y este hecho lo constituye como sujeto del conocimiento y de los hechos.

Las necesidades actúan en el sujeto, que no se constituye a sí mismo, sino que se halla constituido con arreglo a cierta ley o cierta condición.

Por tanto, si existen fuera del sujeto, o fuera de esquema sujeto-objeto, pueden ser conocidas por el sujeto como objeto.

Ver las necesidades en su dimensión objetiva, enfrentadas al sujeto, estimuladoras de su función y su actividad, permite estudiarlas como la parte central de la realidad en su relación con el sujeto.

Habrá por tanto una Historia, entendida como la acción de las necesidades sobre el sujeto y como la respuesta del sujeto a las necesidades que le acucian.

Si la primera hambre es el hambre orgánica, la Historia aparece en un grado fundamental como Historia del hambre y de la respuesta a ese hambre.

La complejidad del hambre, los distintos planos de necesidades, generan también respuestas complejas. El análisis estructural de las sociedades, que distingue en ellas una infraestructura tecnoeconómica y una superestructura política y cultural puede entrar en este análisis previo, pero lo que diferencia este análisis del materialista histórico es que cuenta con la presencia fundamental de un sujeto del objeto histórico.

Libertad




Las necesidades primarias son evidentes en su urgencia inmediata, pero las demás no suelen serlo o hasta aparecer oscuras a la conciencia o al razonamiento en sus prioridades.

En este margen en que el sujeto duda acerca de la prioridad de sus necesidades, se instaura su libertad.

Objetivamente, desde fuera, se puede saber que hay una jerarquía de necesidades, pero el sujeto que las experimenta puede no identificarla claramente.

Entonces, el acierto en esa jerarquía u orden de prioridades es lo que se constituye como bien y el desacierto como mal, en un plano más complejo que el de la simple respuesta a la necesidad.

Esta condición del ser humano que le obliga a decidir, a diferencia de los seres animales, que actúan impulsivamente, se puede llamar libertad fundamental.

No significa que sea indiferente lo que decida, puesto que puede acertar o equivocarse, y el error puede ser hasta mortal, sino que tiene que decidir conscientemente lo que debe pasar primero y lo que se debe posponer.

El Estado puede y debe castigar las conductas malas o no debidamente ordenadas, pero no puede impedir la libertad fundamental de elegir, y puesto que está formado por humanos, tampoco está a su alcance conocer con certeza el orden objetivo de las prioridades, y menos conocer sus particularidades personales.

Esta diferencia entre la realidad de la libertad fundamental y la capacidad del Estado, hace que éste tenga que aceptar un margen de tolerancia para las diversas conductas, fundado en el reconocimiento de su propia insuficiencia para definirlas sin error.

El margen de la tolerancia puede situarse en el punto en que una conducta cause un daño injustificable a otra persona o a sí mismo, o más daño que bien, y se puede llamar libertad política, como diferente de la fundamental o moral.





sábado, 28 de abril de 2007

Mi iusnaturalismo




No tengo ninguna duda de que yo tengo que cumplir el Bien y librarme del Mal.

Sé que los humanos hacemos de manera espontánea una distinción entre el Bien y el Mal.

Este Bien y este Mal no los he decidido como sujeto, sino que me los encuentro al vivir, porque son las condiciones de mi subjetividad, de mi naturaleza.

Por tanto, si no los he definido yo y si encuentro que me obligan, bien pueden llamarse Ley. Dudaré todavía si vienen de fuera porque son las convenciones variables de la sociedad a la que me incorporo, y sé que existen ciertamente convenciones variables, por ejemplo en las fórmulas de la cortesía. Pero voy a exponer enseguida hechos que se convierten en normativos y que no dependen de la vida social, sino que son independientes de sus circunstancias, y por tanto esta Ley puede llamarse Ley Natural.

Sé también que lo difícil es definir en términos racionales y universales esta Ley que intuitivamente sabemos que debe aplicarse en cada situación determinada, aunque muchas veces no sepamos exactamente dónde está lo bueno y lo malo que sin embargo queremos distinguir y porqué se llama a uno Bien y al otro Mal.

Yo diría espontáneamente, pongo por caso, que el Bien es tener junto a mí una persona a quien desee y el Mal no tenerla. Y el Bien, comer y el Mal, pasar hambre. Y así sucesivamente.

En graves palabras, el Bien es ver atendidas mis necesidades y el Mal verlas en falta y hasta sufrir ataques contra ellas. Esas necesidades no las he inventado yo, en efecto, he nacido con ellas, son mi condición, mi naturaleza, mi hambre, mi ley.

No sólo tengo necesidades físicas, el deseo, el hambre, la sed, también tengo necesidades afectivas e intelectuales, y la primera de éstas, el Bien, es saber la Verdad, y el Mal, sufrir el error o la mentira.
Mi Bien es sobre todo que mi inteligencia esté clara y mi Mal que esté confusa, porque lo que tengo de específico como humano es la consciencia. Lo que clarifica la consciencia es bueno, lo que la oscurece es malo. Ya voy entrando entonces en una moral que divide los hechos en buenos o malos según sirvan a mis necesidades animales o humanas o las contradigan.

También se incluyen aquí las necesidades que no me sirven a mí, sino a algo que está más allá de mí, para lo que soy sólo una puerta de paso, como el amor de entrega, por ejemplo el de un padre por sus hijos.

Finalmente, por la experiencia de las propias necesidades llegamos a la experiencia de la necesidad de infinito o de perfección infinita que causa nuestra permanente experiencia de frustración y que es la culminación de las necesidades de nuestra consciencia.

Todas ellas necesidades del sujeto, en las que éste se reconoce en su avidez y su sufrimiento.

lunes, 23 de abril de 2007

Los círculos del objeto






La experiencia de sí como sujeto permite ver cómo el resto de la realidad se organiza en torno como objeto, en distintos círculos concéntricos, o más bien distintos planos, que configuran un vórtice que va de lo más exterior a lo más interior o lo más cercano al objeto.

El primer círculo estará formado por todas las realidades materiales externas a nuestra persona, pero que se relacionan estructuradamente con ella, en la medida en que es sujeto en el espacio-tiempo.

El segundo círculo estará formada por la propia realidad corporal, que comprendemos con sorpresa que vemos desde fuera, porque el sujeto se forma ignorando su naturaleza anatómica y sus procesos fisiológicos, que se dan fuera de nuestra subjetividad, pero la condicionan fuertemente.

El tercer círculo estará formado por nuestros propios pensamientos o razonamientos, en la medida en que obedecen a las distintas estructuras físicas, bióticas e históricas o sociales en que objetivamente se producen.

Todo ello reduce el sujeto al acto de mirar o de mirarse y a las intuiciones que nacen en él, incondicionadas, pero no deja de comprenderse que sin sujeto no habría objeto en el pensamiento. Puede aceptarse por tanto el análisis materialista histórico, pero al transformarlo en objetivismo histórico relacionado con distintas subjetividades, se le transforma cualitativamente.

lunes, 16 de abril de 2007

Pruebas





La experiencia mística de la humanidad provee de una anatomía del sujeto que precisamente lo describe como abierto en su centro (teniendo en cuenta que todo este lenguaje es metafórico; lo que unos llaman centro, otros místicos lo llaman ápice o cima o fondo, cubriendo simbólicamente todos los extremos espaciales)

En ese extremo vacío de la subjetividad es donde en tal experiencia aparece el infinito o lo indecible. Hay que empezar por ver si es posible descartar la hipótesis neurológica de que esa experiencia es sólo subjetiva y cercana a lo psicopatológico y en particular a la epilepsia.

Puede intentarse esta exclusión a partir de la constatación empírica de que, cuando el sujeto se acerca a ese centro, empiezan a producirse fenómenos paranormales, susceptibles en principio de comprobación objetiva y de análisis físico.

Todos ellos plantean en efecto un problema físico que ha de ser resuelto aunque todavía ignoremos cómo, relacionado con la estructura del tiempo, las propiedades de la gravitación, las condiciones de la comunicación...

El método de resolución de las cuestiones paranormales no podrá ser el hipotético-inductivo, dada la rareza de los fenómenos, y la irrepetibilidad a voluntad que parece ser propia de ellos, pero la comprobación de su posibilidad podrá deducirse de los hallazgos en la Física general.

Entonces se habrá demostrado que la entrada en otro plano de conciencia, pues así es como se interpreta subjetivamente la experiencia mística, queda acompañada por el ingreso en otro plano de la física y quizá todavía más, que exista un plano de la realidad en que conciencia y física sean lo mismo.

miércoles, 11 de abril de 2007

Heterodoxias




(Estos textos pueden ser copiados, citados o reelaborados libremente, sin que pretenda más derecho que el de que se mencione mi nombre como autora de su estado inicial. Éste es precisamente el contenido del copyleft que figura en esta página como licencia de Creative Commons, del tipo Attribution 3.0)



Desde que somos humanos existe una potente tradición de intuición de la maravilla de la realidad (a la que se puede llamar verdad) y del bien y del mal relacionados con ella.

Esta maravilla, este bien y mal se sienten personalmente, más que se razonan, y se han transmitido como expresión lírica de unos seres a otros.

Sin embargo, pronto fueron amenazados por las ortodoxias, que son fosilizaciones de estas experiencias, codificadas y rutinizadas al servicio de las ansias de poder.

La ortodoxia se convierte entonces en un bloque cerrado de experiencias e ideas, que no se desarrolla personal e intemporalmente, como la intuición, sino dentro de estructuras históricas de intereses colectivos.

Cualquier ortodoxia se vuelve asfixiante y acaba por negar el valor de esas intuiciones personales, aferrándose a una tradición que se vuelve impersonal y mecánica. La liturgia sustituye a la experiencia. La discrepancia se prohibe o se asesina.

Una ortodoxia tiene que chocar necesariamente con otra por cuanto representan bloques de poder enfrentados, vivos, pero no humanos.
Sin embargo, la creación de ortodoxias, por su relación con el poder establecido, constituye casi la totalidad de la historia de las culturas.

Hay sin embargo un hilo muy delgado pero que se ha ido afianzando a través de veintisiete siglos, que es la tradición crítica, que comenzó históricamente cuando Hesíodo analizó el mito ortodoxo de las Musas y lo liberó diciendo que le dijeron: “Nosotras sabemos decir mentiras que parecen verdades y verdades que parecen mentiras”.

Quiero exponer muy sumariamente a partir de ese punto unos hechos básicos con el fin de que no se desperdigue la atención de lo fundamental.

El siguiente hito está en los filósofos, que descubren el ejercicio sistemático de la racionalidad (la Crítica precede a la Filosofía), los presocráticos, Sócrates y sus inmediatos discípulos, Platón y luego Aristóteles; luego, la fuerza del primer impulso empieza a agotarse, con los epígonos, Séneca, Plotino o Agustín.

La Filosofía llega casi a extinguirse, pero la recuperan algunos árabes, en particular Avicena y Averroes, pasa de nuevo a los europeos de la Edad Media, pero cae al servicio de la ortodoxia católica, hasta que se emancipa con los racionalistas y los racionalistas críticos y se extiende en el nuevo régimen, tendiendo hoy a universalizarse.

La Critica sigue dos tradiciones, la Filosofía y la Mística, una racional, otra intuitiva, poderosas y continuas, puesto que responden a la misma naturaleza más fundamental del ser humano.

La fuerza de ambas está en el sujeto humano, que descubre aturdido la realidad y necesita enseguida ordenar sus pensamientos. La intuición es personal, pero la racionalización ocurre en un inmenso coro en el que cada cual es una de las mil voces que dialogan entre sí.

Mística y Filosofía, como voces corales, tienden también a volverse ortodoxas y por tanto autoritarias y asfixiantes y por tanto, la Crítica de la Mística y la Crítica de la Filosofía se vuelven necesidades constantes.

Si la historia de la Filosofía es un hilo delgado, localizable y vulnerable, la historia de la Mística nace en todas partes, puesto que corresponde a la capacidad humana de intuición, siempre operante, pero se desarrolla máximamente en la India, primero en la experiencia libre del yoga y luego en las ortodoxias y los cánones vedista y budista.

Cuando la ortodoxia islámica se impuso por las armas, los sufíes encontraron la manera de seguir, disimuladamente, la experiencia mística y sus correlatos de libertad interior y profunda tolerancia.

La Monarquía Católica fue otra ortodoxia que se impuso por las armas en medio mundo, justo durante los dos siglos en que la espiritualidad mística, siempre heterodoxa, se extendió por nuestra Península, pero acabó por ahogarla.

Hoy la Mística se vincula predominantemente a la tradición yóguica, aunque es muy minoritaria y socialmente poco visible y significativa.

El criticismo renació después de que se hundiera la Monarquía Católica, extinguidora de la Mística cristiana. También acabó hundiéndose el Califato Otomano, amparador de la Mística sufí, por lo que la Filosofía ha quedado como única expresión visible de la Mística (y creyéndose incompatible con ella; lo son en cuanto a sus principios operativos, razón e intuición; pero no en cuanto a su capacidad de conocimiento autónomo)

La Filosofía crítica se impuso políticamente en Francia, en el siglo XVIII y enseguida, pero muy trabajosamente, empezó a sacar la cabeza en España y las naciones de su Monarquía (desde la Constitución de 1812), en el proceso entre liberales-tradicionalistas o izquierdas-derechas que se extiende hasta hoy.

El criticismo corre el riesgo de quedarse en la negatividad y entonces llega al nihilismo, pero la potencia de la actitud crítica se manifiesta en los movimientos ácratas y contraculturales que afirman al ser humano como sujeto autónomo de experiencia y de racionalidad y se convierten por tanto en permanente conciencia crítica frente a cualquier ortodoxia.

lunes, 9 de abril de 2007

Dentro de mí


(Texto refundido)




DENTRO DE MÍ


La experiencia humana más fundamental es la de un yo o espacio interior. Se trata de la intuición directa de una realidad, no de un concepto racional, y por tanto el análisis filosófico de lo que soy yo puede hacerse sólo fenoménicamente.

La siguiente experiencia, igualmente intuitiva, pero fundada en este caso en dos intuiciones, es la de que yo soy yo, que también se puede formular como que yo estoy aquí, cuando durante milenios no he estado y durante milenios no estaré.

Al analizar esta frase, se puede ver que en ella hay una constatación basada en la intuición del espacio interior y en la del espacio exterior (yo estoy aquí) y una deducción de otros supuestos (ni he estado ni estaré)

Sería suficiente con que esta constatación de una realidad interior se hubiera repetido y se repita continuamente, diciéndome que yo soy yo, independientemente de cualquier determinación exterior, para que la segunda parte cambiase.

Pero la primera aún conservaría una especificidad: me hace diferente de todo lo demás y todos lo demás. No sólo yo soy yo, sino que sólo yo soy yo.

Una realidad aparentemente tan pequeña y efímera, se contrapone al resto de la realidad, incluyendo en ese resto a las más grandes o más altas. Extraña simetría.

Y si sólo yo, que escribo, soy yo, cualquiera que me lea y piense en la palabra yo, también podrá decir que yo soy yo. Pero la palabra yo tiene significados esencialmente distintos cuando se refiere a mí o a otra persona que diga lo mismo de sí misma.

Todas estas intuiciones singulares plantean la extrañeza y la pregunta por su sentido. Especialmente golpea a la inteligencia la constatación de la desmesurada diferencia entre el espacio interior y el exterior.

Pero si interioridad y exterioridad no estuvieran contrapuestas, sino estructuradas, empieza a vislumbrarse la lógica de su relación, como dos aspectos complementarios de la misma realidad. Sólo que sigue intrigando la pequeñez de la conciencia humana, forma de la interioridad, frente a la inmensidad y pluralidad casi infinita de la exterioridad.

La paradoja se resolvería si la conciencia fuera sólo una parte ínfima de la Interioridad, que estaría formada también por dimensiones que la sobrepasarían de tal modo que tienen que serle inconscientes, por no poder soportarlas.

Este razonamiento se acerca así a la noción de Dios, quien ya se sabe que es inaccesible como exterioridad. Lo que llamamos Dios no es objeto, no es objetivo, no es observable.

Pero la falta radical de certeza objetiva de Dios, va acompañada por la constatación de tantos hechos que escapan a la decisión humana, como nuestra presencia en un universo regido por las leyes de la lógica, o nuestra llegada a él, o nuestra salida de él, o las infinitas formas de horror que nos pueden amenazar.

Frente a esa impotencia de nuestra limitada conciencia, que también requiere un sentido, se alza la posibilidad de que Dios esté en nuestra interioridad, sea una forma inconsciente para nuestra conciencia oculta en nuestro espacio interior.

De hecho, una de las paradojas que acompañan al espacio interior es que, por definición, no es observable objetivamente, pese a que es la realidad más presente para cada ser humano. Es el único espacio real no observable objetivamente. Disponemos de telescopios para ver el espacio exterior macroscópico y microscopio para adentrarnos en el espacio exterior en su extrema pequeñez, pero no tenemos ni podemos tener instrumentos para ver diractamente el espacio interior (sólo, indirectamente, sus acompañamientos exteriores)

En lo más profundo de cada yo puede estar Dios, realidad sólo perceptible subjetivamente.


HORROR EN EL INTERIOR


El espacio interior no se descubre como un razonamiento, sino como una experiencia, que tiene incluso su lado terrible, que se puede aducir como testimonio de la clase de realidad que le corresponde.

La conciencia de sí se puede describir como la de que yo estoy aquí y ahora ( y conviene ver estas líneas mientras las escribo o mientras la leo, para percibir mejor el yo y el aguí y ahora a los que me refiero), pero también puede ser la de que tengo que estar aquí y ahora e incluso la de que estoy encerrada en este aquí y ahora y no puedo escapar aunque quisiera, porque eso es estar encerrada en mí o dentro de mí.

La experiencia se detalla con la extrema soledad en la que puedo verme dentro de mí, donde nadie tiene acceso ni nadie puede entrar a ayudarme o acompañarme en mi interior o constantemente. Puedo oir voces amigas, pero no pueden estar siempre junto a mí.

Las experiencias interiores, como la deprivación sensorial o el aturdimiento cognitivo pero angustioso las tengo que pasar a solas. La condición humana es fundamentalmente solitaria, aunque la compañía funciona en planos más superficiales.

La soledad interior puede ser tan ceméntea, que plantee la necesidad apremiante de que en ese espacio de dentro se abra una fisura que permita alguna liberación -que no sea la muerte, el deshacimiento de la prisión- o alguna intromisión que acompañe o libere al sujeto, las condiciones de transcendencia en que esta presencia podría materializarse.

La experiencia de encierro en la subjetividad puede empezar por una forma previa: la de encierro en el cuerpo, común en circunstancias de disforia de género, fealdad o deformidad, tetraplejia, dolor crónico... En todas ellas sin embargo la subjetividad puede funcionar libremente y hasta liberarse de tal encierro mediante el distanciamiento lúcido. Sin embargo, también la subjetividad puede estar velada y manifestarse sólo mediante una confusa angustia de la que no es posible escapar, como se siente en las pesadillas: entonces estamos encerrados objetivamente en la misma subjetividad, en el hecho de que yo esté aquí y ahora, en tal horror, y ninguna lucidez, porque es lo que nos falta, puede liberarnos de ella.

ESTATUTO DE LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE LA REALIDAD INTERIOR


Si los conceptos se forman por abstracción de los factores comunes de distintas realidades, la intuición ve cada realidad como única y entera.

Entre los conceptos luego se ven relaciones que dan lugar al razonamiento, o relacionamiento, y forman un conocimiento gradual y enteramente comunicable, mientras que las intuiciones resultan repentinas (se dan o no se dan), incomunicables de por sí (se ven o no se ven) y no se pueden relacionar unas con otras.

La percepción de sí o del espacio interior es una intuición porque se ve del todo e instantáneamente o no se ve. En la niñez causa a veces pasmo descubrir yo, aquí y ahora, y puede no descubrirse.

Pero si es una intuición, el conocimiento de sí es verdadero conocimiento y verdadera conciencia, como lo son los que se establecen ante una obra de arte, pero no puede entrar tal cual en ningún razonamiento, porque no es conceptual, ni relacional, ni más ni menos que no se puede razonar el conocimiento que produce la música o el amor.

¿Es posible entonces una filosofía que parta de la experiencia de sí o paradójicamente, esta experiencia fundacional humana que es la conciencia de sí no podría ser filosofada porque no podría ser razonada?

Será posible entendiendo la filosofía como un razonamiento sobre la parte razonable o relacionable de la realidad, lo que de acuerdo con lo que digo al principio, significa asumir que los relacionamientos sólo se pueden dar sobre los elementos comunes que hayan sido conceptuados en las distintas realidades, en las que por tanto queda un residuo que no puede ser conceptuado ni relacionado, pero sí intuido en su unicidad.

La filosofía ha renunciado de buen grado a querer ser un saber totalizador y se entiende como un saber racional, que pone orden, estudia críticamente y descubre partes de la realidad, a la vez que es consciente de ´los límites inherentes a la misma abstracción, conceptuación y relacionización y que daría pleno paso y reconocimiento al saber intuitivo, estético y amoroso, presidido por la noción de sí mismo.

Por tanto, la filosofía puede estudiar las realidades conceptuables que se van descubriendo a partir de la intuición de sí, aunque no pueda estudiar esta misma.

Puede considerar los elementos estructurales que aparecen en una intuición en la que. al verse uno mismo como sujeto, ve el resto de la realidad, incluso la propia corporalidad, como objeto, sorprendente y externo y hasta ajeno, y maravillarse de la desproporción entre estos dos elementos, estructuralmente equivalentes, la conciencia de mí como sujeto y toda la realidad restante como objeto.

O puede considerar las condiciones en que, objetivamente, esta conciencia de sí aparece o desaparece o incluso, según testimonios místicos, se transparece o transparenta.


PENSANDO DESDE EL SUJETO


Al pensar en una filosofía del sujeto, me encuentro con que el sujeto es la matriz de la filosofía, que nace en él, y por tanto una filosofía del sujeto sería a fin de cuentas una filosofía de la filosofía.

No es una redundancia. La conciencia consiste en que el sujeto se ve como objeto. Esto es lo mismo que decir que la actividad del sujeto que se llama filosofía puede ser vista como objeto y entonces es filosofía de la filosofía.

Contando con su base subjetiva, la filosofía se puede definir como la forma en que un espacio interior o cognoscente adquiere y procesa racionalmente datos de la realidad exterior a ese espacio o cognoscible. Ésta es su forma más simple, aplicable incipientemente incluso a la actividad de sujetos animales cuya mente o interior va adquiriendo y procesando con razonamientos simples los datos de la realidad exterior, como va verificando la Etología.

La diferencia entre la actividad de estos sujetos animales y la de las distintas especies humanas que han existido, es que éstas incluyen entre los datos el de sí como objeto del conocimiento y también el del proceso mismo de su conocimiento.

Por tanto, cuando los sujetos humanos nos vemos como sujetos en acto de pensar racionalmente, estamos empezando una filosofía de la filosofía, que es una forma local del hecho de verse a sí mismo adquiriendo conocimiento (la forma que se fija en los procesos racionales)

La realidad se ve entonces como lo que los sujetos del conocimiento, animales o humanos, van convirtiendo en objeto del conocimiento, que en forma de datos se va procurando, procesando y memorizando.

Los sujetos somos una parte de la realidad que tiene la función de objetivarlo todo, incluso a nosotros mismos. Donde hay una función sujeto de la realidad hay potencialmente la conversión en función objeto de toda la realidad.

Pero hay por lo menos un hecho que el sujeto no puede conocer: ver a los otros sujetos como sujetos, porque sólo puede pensar en ellos como objetos.

La imposibilidad empírica de los sujetos de llegar al conocimiento de toda la realidad, hace preguntarse si sería posible teóricamente que un sujeto conozca a otro sujeto como sujeto y la respuesta sería afirmativa, a condición de que el sujeto cognoscente estuviera dentro de la propia subjetividad cognoscida, en un plano más profundo que el de la conciencia habitual. Sería posible si hubiera en nuestro espacio interior dos planos de subjetividad, uno más inmediato y otro más remoto y quizás más vasto.


PROPIEDADES DE LAS FUNCIONES DE SUJETO Y OBJETO


Cuando se habla de las funciones de sujeto y objeto, es útil ver que las propiedades de una y otra son muy distintas.

Las enumeraré.

El sujeto es sólo accesible a la intuición; se le ve o no se le ve existir, no se razona su existencia; los objetos son unos accesibles a la intuición y otros a la razón.

El sujeto es la única realidad que se ve desde dentro, subjetivamente; todas las demás realidades, los objetos, se ven desde fuera, objetivamente.

Por tanto, la estructura sujeto-objeto divide la realidad entre sí mismo y todo lo demás, por desproporcionado que esto parezca.

El sujeto no es accesible a la observación objetiva desde el exterior; ningún sujeto puede ver directamente los pensamientos de otro sujeto, sólo indirectamente; los objetos son accesibles a la observación objetiva directa.

El sujeto tampoco puede hacer observar íntegramente sus contenidos, sólo parcialmente; está sumido entre barreras de incomunicación que lo diferencian y lo aislan de las realidades que le son objetuales.

ESTRUCTURA SUJETO-OBJETO E INFINITO

Todo conocimiento se da dentro de una estructura sujeto-objeto. La conciencia se produce cuando esa estructura se vuelve especular y el sujeto se ve a sí mismo como objeto-sujeto, puesto que la imagen objeto consiste justamente en verse como sujeto.

Me pregunto si las imágenes de tal estructura pueden ser matemáticamente infinitas, como las de dos espejos puestos frente a frente, aunque su número de hecho esté limitado por la capacidad neuronal.

Con esta especulación, se abriría la estructura sujeto-objeto al infinito, aunque sólo fuera a una forma de infinito, la del número de las imágenes especulares del sujeto, o de objetos-sujeto.

Sin embargo, ni el sujeto ha sido descrito como infinito, ni el objeto del conocimiento; sólo resultaría infinito el número de objetos-sujeto.

Otra sería la hipótesis de un sujeto infinito o de un objeto infinito, entendiendo aquí lo infinito como ausencia de todo límite. Entonces, la misma estructura no sería posible, al estar fundada en el límite de la distinción entre sujeto y objeto. Hablo por tanto de un conocimiento estructuralmente limitado.

La cuestión sobre el infinito entonces deja de ser cuestión de conocimiento y se convierte en ésta: ¿puede un ser estructurado abandonar su estructura y entrar en lo infinito? No abandonaré esta pista, pues he olido el infinito.

(Sería preciso que el sujeto dejara de existir como tal sujeto para que trasparentase el infinito y que el conocimiento se transformara en otra realidad. Empíricamente, parece verse esto mismo en los místicos, cuando dicen: "Entréme donde no supe/y quedéme no sabiendo/ toda ciencia trascendiendo". Todo sigue ocurriendo dentro de su cabeza, por lo que parecen seguir siendo sujetos, pero quizá en esos momentos ya no sean sujetos, entendiendo esta palabra dentro de la estructura sujeto-objeto que quizá deje de existir)



PRIMACÍAS

Cuando se piensa en la estructura sujeto-objeto tendemos a darle prioridad al objeto, como efecto de la ciencia objetivista, que afirma la prioridad temporal de lo físico antes de que existiera ningún sujeto para conocerlo (pero hablar de objeto sin sujeto es situarse fuera de la estructura semántica sujeto-objeto)

Esta noción, por sus implicaciones de que si no he existido antes, puedo no existir después, es dolorosa para el sujeto, que afirma en cambio su prioridad vital frente a todo objeto. Ahora bien, puede hipotetizarse que no sea el objeto el que sostenga al sujeto, sino el sujeto el que sostenga al objeto, un sujeto transcendente que tendría que exceder de mi subjetividad particular, para estar formando una estructura de conocimiento cuando aún no existieran las subjetividades particulares.

Lo notable es que, dada la imposibilidad de llegar objetivamente al conocimiento del sujeto, este sujeto transcendental sólo podría ser conocido subjetivamente, desde dentro de sí mismo, como experiencia intuitiva, dentro de mí en rigor, puesto que también sostendría mi subjetividad, aunque no tenga actualmente conciencia de ello.

Pero esta conciencia podría emerger, y en ella hallaría la comprobación empírica de esta hipótesis. Un sujeto que sostuviera toda la realidad como objeto no sería sin embargo infinito puesto que estaría limitado por la propia escisión o divisoria entre sujeto y objeto.

Primacías



Cuando se piensa en la estructura sujeto-objeto tendemos a darle primacía al objeto, como efecto de la ciencia objetivista, que afirma la prioridad temporal de lo físico antes de que existiera ningún sujeto para conocerlo (pero hablar de objeto sin sujeto es situarse fuera de la estructura semántica sujeto-objeto)

Esta noción, por sus implicaciones de que si no he existido antes, puedo no existir después, es dolorosa para el sujeto, que afirma en cambio su primacía vital frente a todo objeto. Ahora bien, puede hipotetizarse que no sea el objeto el que sostenga al sujeto, sino el sujeto el que sostenga al objeto, un sujeto transcendente que tendría que exceder de mi subjetividad particular, para estar formando una estructura de conocimiento cuando aún no existieran las subjetividades particulares.

Lo notable es que, dada la imposibilidad de llegar objetivamente al conocimiento del sujeto, este sujeto transcendental sólo podría ser conocido subjetivamente, desde dentro de sí mismo, como experiencia intuitiva, dentro de mí en rigor, puesto que también sostendría mi subjetividad, aunque no tenga actualmente conciencia de ello.

Pero esta conciencia podría emerger, y en ella hallaría la comprobación empírica de esta hipótesis. Un sujeto que sostuviera toda la realidad como objeto no sería sin embargo infinito puesto que estaría limitado por la propia escisión o divisoria entre sujeto y objeto.

sábado, 7 de abril de 2007

Estructura sujeto-objeto e infinito




Todo conocimiento se da dentro de una estructura sujeto-objeto. La conciencia se produce cuando esa estructura se vuelve especular y el sujeto se ve a sí mismo como objeto-sujeto, puesto que la imagen objeto consiste justamente en verse como sujeto.

Me pregunto si las imágenes de tal estructura pueden ser matemáticamente infinitas, como las de dos espejos puestos frente a frente, aunque su número de hecho esté limitado por la capacidad neuronal.

Con esta especulación, se abriría la estructura sujeto-objeto al infinito, aunque sólo fuera a una forma de infinito, la del número de las imágenes especulares del sujeto, o de objetos-sujeto.

Sin embargo, ni el sujeto ha sido descrito como infinito, ni el objeto del conocimiento; sólo resultaría infinito el número de objetos-sujeto.

Otra sería la hipótesis de un sujeto infinito o de un objeto infinito, entendiendo aquí lo infinito como ausencia de todo límite. Entonces, la misma estructura no sería posible, al estar fundada en el límite de la distinción entre sujeto y objeto. Hablo por tanto de un conocimiento estructuralmente limitado.

La cuestión sobre el infinito entonces deja de ser cuestión de conocimiento y se convierte en ésta: ¿puede un ser estructurado abandonar su estructura y entrar en lo infinito? No abandonaré esta pista, pues he olido el infinito.

(Sería preciso que el sujeto dejara de existir como tal sujeto para que trasparentase el infinito y que el conocimiento se transformara en otra realidad. Empíricamente, parece verse esto mismo en los místicos, cuando dicen: "Entréme donde no supe/y quedéme no sabiendo/ toda ciencia trascendiendo". Todo sigue ocurriendo dentro de su cabeza, por lo que parecen seguir siendo sujetos, pero quizá en esos momentos ya no sean sujetos, entendiendo esta palabra dentro de la estructura sujeto-objeto que quizá deje de existir)

jueves, 5 de abril de 2007

Propiedades de las funciones de sujeto y objeto




Cuando se habla de las funciones de sujeto y objeto, es útil ver que las propiedades de una y otra son muy distintas.

Las enumeraré.

El sujeto es sólo accesible a la intuición; se le ve o no se le ve existir, no se razona su existencia; los objetos son unos accesibles a la intuición y otros a la razón.

El sujeto es la única realidad que se ve desde dentro, subjetivamente; todas las demás realidades, los objetos, se ven desde fuera, objetivamente.

Por tanto, la estructura sujeto/objeto divide la realidad entre sí mismo y todo lo demás, por desproporcionado que esto parezca.

El sujeto no es accesible a la observación objetiva desde el exterior; ningún sujeto puede ver directamente los pensamientos de otro sujeto, sólo indirectamente; los objetos son accesibles a la observación objetiva directa.

El sujeto tampoco puede hacer observar íntegramente sus contenidos, sólo parcialmente; está sumido entre barreras de incomunicación que lo diferencian y lo aislan de las realidades que le son objetuales.

Pensando desde el sujeto




Al pensar en una filosofía del sujeto, me encuentro con que el sujeto es la matriz de la filosofía, que nace en él, y por tanto una filosofía del sujeto sería a fin de cuentas una filosofía de la filosofía.

No es una redundancia. La conciencia consiste en que el sujeto se ve como objeto. Esto es lo mismo que decir que la actividad del sujeto que se llama filosofía puede ser vista como objeto y entonces es filosofía de la filosofía.

Contando con su base subjetiva, la filosofía se puede definir como la forma en que un espacio interior o cognoscente adquiere y procesa racionalmente datos de la realidad exterior a ese espacio o cognoscible. Ésta es su forma más simple, aplicable incipientemente incluso a la actividad de sujetos animales cuya mente o interior va adquiriendo y procesando con razonamientos simples los datos de la realidad exterior, como va verificando la Etología.

La diferencia entre la actividad de estos sujetos animales y la de las distintas especies humanas que han existido, es que éstas incluyen entre los datos el de sí como objeto del conocimiento y también el del proceso mismo de su conocimiento.

Por tanto, cuando los sujetos humanos nos vemos como sujetos en acto de pensar racionalmente, estamos empezando una filosofía de la filosofía, que es una forma local del hecho de verse a sí mismo adquiriendo conocimiento (la forma que se fija en los procesos racionales)

La realidad se ve entonces como lo que los sujetos del conocimiento, animales o humanos, van convirtiendo en objeto del conocimiento, que en forma de datos se va procurando, procesando y memorizando.

Los sujetos somos una parte de la realidad que tiene la función de objetivarlo todo, incluso a nosotros mismos. Donde hay una función sujeto de la realidad hay potencialmente la conversión en función objeto de toda la realidad.

Pero hay por lo menos un hecho que el sujeto no puede conocer: ver a los otros sujetos como sujetos, porque sólo puede pensar en ellos como objetos.

La imposibilidad empírica de los sujetos de llegar al conocimiento de toda la realidad, hace preguntarse si sería posible teóricamente que un sujeto conozca a otro sujeto como sujeto y la respuesta sería afirmativa, a condición de que el sujeto cognoscente estuviera dentro de la propia subjetividad cognoscida, en un plano más profundo que el de la conciencia habitual. Sería posible si hubiera en nuestro espacio interior dos planos de subjetividad, uno más inmediato y otro más remoto y quizás más vasto.

miércoles, 4 de abril de 2007

Estatuto de la reflexión filosófica sobre la realidad interior




Si los conceptos se forman por abstracción de los factores comunes de distintas realidades, la intuición ve cada realidad como única y entera.

Entre los conceptos luego se ven relaciones que dan lugar al razonamiento, o relacionamiento, y forman un conocimiento gradual y enteramente comunicable, mientras que las intuiciones resultan repentinas (se dan o no se dan), incomunicables de por sí (se ven o no se ven) y no se pueden relacionar unas con otras.

La percepción de sí o del espacio interior es una intuición porque se ve del todo e instantáneamente o no se ve. En la niñez causa a veces pasmo descubrir yo, aquí y ahora, y puede no descubrirse.

Pero si es una intuición, el conocimiento de sí es verdadero conocimiento y verdadera conciencia, como lo son los que se establecen ante una obra de arte, pero no puede entrar tal cual en ningún razonamiento, porque no es conceptual, ni relacional, ni más ni menos que no se puede razonar el conocimiento que produce la música o el amor.

¿Es posible entonces una filosofía que parta de la experiencia de sí o paradójicamente, esta experiencia fundacional humana que es la conciencia de sí no podría ser filosofada porque no podría ser razonada?

Será posible entendiendo la filosofía como un razonamiento sobre la parte razonable o relacionable de la realidad, lo que de acuerdo con lo que digo al principio, significa asumir que los relacionamientos sólo se pueden dar sobre los elementos comunes que hayan sido conceptuados en las distintas realidades, en las que por tanto queda un residuo que no puede ser conceptuado ni relacionado, pero sí intuido en su unicidad.

La filosofía ha renunciado de buen grado a querer ser un saber totalizador y se entiende como un saber racional, que pone orden, estudia críticamente y descubre partes de la realidad, a la vez que es consciente de ´los límites inherentes a la misma abstracción, conceptuación y relacionización y que daría pleno paso y reconocimiento al saber intuitivo, estético y amoroso, presidido por la noción de sí mismo.

Por tanto, la filosofía puede estudiar las realidades conceptuables que se van descubriendo a partir de la intuición de sí, aunque no pueda estudiar esta misma.

Puede considerar los elementos estructurales que aparecen en una intuición en la que. al verse uno mismo como sujeto, ve el resto de la realidad, incluso la propia corporalidad, como objeto, sorprendente y externo y hasta ajeno, y maravillarse de la desproporción entre estos dos elementos, estructuralmente equivalentes, la conciencia de mí como sujeto y toda la realidad restante como objeto.

O puede considerar las condiciones en que, objetivamente, esta conciencia de sí aparece o desaparece o incluso, según testimonios místicos, se transparece o transparenta.

Horror en el interior


El espacio interior no se descubre como un razonamiento, sino como una experiencia, que tiene incluso su lado terrible, que se puede aducir como testimonio de la clase de realidad que le corresponde.

La conciencia de sí se puede describir como la de que yo estoy aquí y ahora ( y conviene ver estas líneas mientras las escribo o mientras la leo, para percibir mejor el yo y el aguí y ahora a los que me refiero), pero también puede ser la de que tengo que estar aquí y ahora e incluso la de que estoy encerrada en este aquí y ahora y no puedo escapar aunque quisiera, porque eso es estar encerrada en mí o dentro de mí.

La experiencia se detalla con la extrema soledad en la que puedo verme dentro de mí, donde nadie tiene acceso ni nadie puede entrar a ayudarme o acompañarme en mi interior o constantemente. Puedo oir voces amigas, pero no pueden estar siempre junto a mí.

Las experiencias interiores, como la deprivación sensorial o el aturdimiento cognitivo pero angustioso las tengo que pasar a solas. La condición humana es fundamentalmente solitaria, aunque la compañía funciona en planos más superficiales.

La soledad interior puede ser tan ceméntea, que plantee la necesidad apremiante de que en ese espacio de dentro se abra una fisura que permita alguna intromisión, la transcendencia en que esta presencia podría materializarse.